Akira, cuando la animación sangraba

Análisis de Akira, la obra maestra de Katsuhiro Ōtomo que revolucionó la animación, explorando su impacto visual, su simbolismo y su inquietante vigencia en un mundo al borde del colapso…

La revolución y redefinición del cine de animación

Akira, para muchos la gran obra maestra que revolucionó la animación del siglo XX, es una película única que redefinió el cine. El peso del manga que adapta, la complejidad de su relato y la brutalidad de su representación la consagraron como un clásico instantáneo.

Más allá de la pantalla, Akira es una obra que, dentro de su ficción, nos habla de una realidad presente muy cruda. Fue la primera película y tal vez la única que consiguió impregnar la sangre de vidas humanas, con pulso y latido, en la animación.

Neo-Tokyo 2019

Akira presenta una ciencia ficción tan real que asusta en lo que propone. Si bien la profundidad del relato de Katsuhiro Ōtomo, quien adaptó su propio manga, nos avasalla en su primer visionado, podemos sentir cómo, desde su mismo comienzo, una serie de escalofríos trepan por nuestra espalda sabiendo que algo terrible se avecina.

Esta visión tan particular del horror huye del convencionalismo. Su construcción se acerca a una distopía, pero en todo momento sentimos el peso de un mundo real que nos abruma. Un mundo decadente que se aferra a la vanguardia como un recién nacido al calor de una madre.

Esta sensación de realismo, contrario a lo que podría parecer, se consigue por medio de la animación. Akira empleó más tomas y dibujos que ninguna otra película de animación hasta la fecha, además de rodar en 24 fotogramas por segundo, en busca de una fluidez natural, y crear 50 colores completamente únicos en una paleta de más de 327. Todo esto con el objetivo de insuflarle vida.

Porque sí, Akira es vida. Una vida que agoniza, la de un mañana incierto al borde del colapso.

La inestabilidad es parte intrínseca de lo humano, desde la misma psique del individuo hasta el caos social. Ōtomo fue un paso más allá, convirtiendo el Neo-Tokyo de 2019 en un campo de batalla. Una guerra que, sin embargo, no enfrentaría bandos, sino partes de un mismo ser.

Neo-Tokyo está vivo y se viste de gala presentando su mejor sonrisa mientras lidia con la crisis de un cáncer terminal. Nosotros, como espectadores, y todos los personajes de la película somos parte fundamental de su organismo. Son nuestras acciones, o no acciones, las que marcarán el destino de esta sociedad.

La eterna lucha del individuo por conocerse y conocer nos llevó a encontrarnos una vez más con el poder de Akira. Y, como era de esperar, no estábamos preparados.

La pregunta que nos hace la película es evidente:

¿Algún día lo estaremos?

¿Algún día seremos dignos de controlar la energía de esos botones rojos?

Nuestro presente parece gritarnos que sí, pero en realidad estamos a un Tetsuo de nuestro fin.

“La locura, como tú sabes, es como la gravedad, basta con un pequeño empujón.”
— Joker, El Caballero Oscuro

El poder solo debe caer en las manos equivocadas, o bajo las circunstancias idóneas, para deconstruir lo que, con sudor y sangre, tanto esfuerzo costó crear.

El Mecanismo

Un mecanismo mantiene en hora un reloj, alza y baja puentes, otorga vida a un motor, pero… ¿qué sucede cuando falla un engranaje? Sencillo: su funcionamiento se ve afectado. Comienza con un ligero desgaste, alcanza la fatiga y se deforma… hasta la rotura definitiva.

¿Te suena?

La inestabilidad mental y física no controlada nos lleva a una distorsión de la realidad. Todo sigue funcionando, pero algo falla; el dolor se intensifica y con este llega el vacío. Con este nos perdemos a nosotros mismos, transformándonos en algo grotesco… algo que nos aberra. Ese ser termina por romperse en mil pedazos.

Este es el viaje de Tetsuo. La metáfora que describe una fábula oscura sobre la pérdida del autocontrol. En un mundo categórico, donde nuestra debilidad puede suponer la extinción, somos nosotros quienes debemos renunciar a ese poder o seguir persiguiendo la búsqueda de ese control.

Tal vez por esto mismo Katsuhiro Ōtomo haya creído encontrar ese control en los niños. Citando a Wordsworth, Fröbel y Rousseau:

El niño es el padre del hombre, y la infancia lleva en sí las semillas de todas las posibilidades futuras de la humanidad.
Porque todo es perfecto al salir de las manos del autor de las cosas; degenera cuando llega a las manos del hombre.

Reflexión final sobre Akira

Akira es una idea, pero también una realidad. La tecnología y su poder convierten en dioses a aquellos que la poseen, como el fuego de Prometeo. Esta es deseada y envidiada por muchos, mientras que otros la temen. Muchos se sacrificaron por ella y otros aún lo hacen.

Lo único cierto es que esta tiene la capacidad para cambiarlo todo. Puede quitar y devolver vidas a su antojo, construir y demoler a voluntad, ser una luz en la oscuridad… y todo ese poder es Akira.

¿Puede Akira contener todo ese poder?

Si algo hemos sacado en claro después de esta reflexión, es que Akira es muy real. La sangre de su animación está en nuestro día a día: violencia, caos, esclavitud energética…

Hablamos de explotación infantil, terrorismo globalizado, el gran apagón, genocidios masivos, la tercera guerra mundial… pero nadie habla de Akira.

Akira ya predijo el horror de nuestro presente, 37 años atrás. Y eso es realmente terrorífico, porque conociendo el mecanismo humano, ningún cirujano ha logrado extirpar el mal que lo desgasta… y fatiga… hasta la deformidad y su vacío.

Lo bueno es que ya conocemos el resultado, solo tenemos que descifrar la incógnita.

Esperemos seguir conociéndonos para ese entonces… o, al menos, que Akira albergue la bondad de un niño.